Otro 10 de septiembre lejos de casa. Desde mi ventana en Vigo veía un sol radiante, pero mi cabeza y mi corazón estaban en Santiago, en el piso de mi madre cerca de la Alameda, donde hoy cumple setenta años. La imposibilidad de coger el coche y plantarme allí para darle un abrazo me pesaba como la piedra mojada de la propia catedral. Quería hacerle llegar ese abrazo de alguna forma, que sintiera mi cariño de una manera tangible y especial. Y en estas situaciones, las flores nunca fallan.
Pero enviar flores a distancia siempre me ha generado una pequeña ansiedad. No quería el típico ramo estandarizado de una gran plataforma online; buscaba el toque de una floristería local, el arte de alguien que entendiera el peso de la ocasión. Así que mi búsqueda comenzó en mi móvil, con un café en la mano. Tecleé «flores a domicilio Santiago de Compostela» y, en lugar de mirar solo las webs, me sumergí en sus perfiles de Instagram.
Para mí, era la mejor forma de ver su trabajo real, su estilo, la frescura de sus arreglos. Buscaba algo más que un producto: buscaba sensibilidad. Después de un buen rato, di con una pequeña floristería con una galería preciosa, llena de ramos de estilo silvestre, con combinaciones de colores que se salían de lo común. Supe que eran ellos.
Llamé por teléfono, y la voz al otro lado fue tan cálida y profesional como esperaba. Le expliqué la situación: el cumpleaños de mi madre, su estilo, sus colores favoritos. Me recomendó un ramo con dalias, lisianthus en tonos malva y mucho eucalipto aromático, sabía que le encantaría. El paso más importante, y en el que puse todo mi empeño, fue dictarle la nota para la tarjeta: «Mamá, aunque hoy esté lejos, te abrazo con cada una de estas flores. Feliz cumpleaños. Te quiero».
La espera durante la mañana fue tensa. Me preguntaba si llegarían a tiempo, si serían tan bonitas como en las fotos, si acertarían con la dirección. Hasta que, a mediodía, sonó mi móvil. Era ella. Su voz, emocionada y con una alegría que traspasaba el teléfono, me lo dijo todo. «Hija, no te puedes imaginar qué cosa tan preciosa acaba de llegar. ¡Huele toda la casa!». Me describió el ramo con detalle, la delicadeza del envoltorio, la amabilidad del repartidor.
Ese día entendí que enviar flores a domicilio Santiago de Compostela es mucho más que una simple compra. Es confiar en unas manos expertas para que materialicen tus sentimientos. Es una forma de hacerse presente, de cruzar la AP-9 en un instante para regalar una sonrisa. Y la de mi madre, ese día, valió todo el oro del mundo.