Impuesto de sucesiones: documentos y pasos clave

Al Golpito

Dirigirse a tramitar la documentación impuesto de sucesiones Santiago de Compostela puede parecer una escena digna de una novela de misterio, de esas en las que los protagonistas atraviesan corredores sombríos con un manojo de llaves tintineando para descubrir qué secretos esconden detrás de cada puerta. Porque, seamos sinceros, la sola idea de heredar puede resultar más abrumadora que emocionante cuando uno se da cuenta del torbellino de tramitaciones que vienen de regalo junto con la herencia del abuelo. Y Santiago, con su lluvia tan persistente como la burocracia gallega, no ayuda demasiado cuando te toca recorrer registros con la carpeta en la mano, el paraguas en la otra y la paciencia en modo zen.

El primer impacto llega cuando intentas descifrar el lenguaje en el que están redactados muchos de esos papeles oficiales, porque si algo caracteriza a estos trámites es su capacidad para poner a prueba nuestras dotes de traductor de burócratas. Ordinariamente, el punto de partida exige demostrar que eres quien dice ser y que, efectivamente, tienes derecho a reclamar esa herencia. Para esto, ni detective privado ni genealogista de Netflix, pero sí necesitarás el flamante certificado de defunción, el de últimas voluntades y, por supuesto, la copia autorizada del testamento. Este tríptico, más valioso que el boleto del Camino, te abre la puerta a lo que será una travesía por ventanillas y despachos que te hará comprender el verdadero sentido de la paciencia compostelana.

Un detalle que a menudo pasa desapercibido es el plazo. Porque aunque las herencias tengan fama de eternas, para la administración no existe ni el más mínimo margen de pereza: los seis meses pasan volando y, cuando te quieres dar cuenta, estás planteándote qué fue antes, si el fallecimiento o el inicio de la burocracia. Gestionar la documentación impuesto de sucesiones no solo implica recopilar papeles sino también hacer cálculos mentales dignos de un contable obsesivo. Valoraciones de bienes, propiedades, saldos bancarios, joyas heredadas y hasta ese cuadro kitsch del salón que ahora resulta que es “pieza histórica”, todo cuenta. Y no hablemos de la situación particular gallega, donde hasta el hórreo puede ponerte en aprietos si no tienes claro cómo demostrar su existencia (y su valor sentimental, que por desgracia, no tiene casilla en el modelo oficial).

Mucha gente descubre en este proceso su inesperada vocación para el rastreo en archivos notariales o incluso en el catastro —ese ente tan misterioso que casi merece una leyenda jacobea propia—, donde se reencuentran con antiguos testamentos manuscritos o escrituras tan antiguas que bien podrían estar firmadas por algún bisabuelo melancólico. Pero lo que de verdad conquista el corazón del aspirante a heredero es el encuentro con el temido modelo de autoliquidación, ese formulario que parece sencillo hasta que empiezas a rellenarlo y sientes que necesitas un máster en ciencias ocultas. Llegados a este punto, contar con el asesoramiento adecuado (sí, ese profesional de confianza que no se asusta ante las siglas ni suda la gota gorda al ver una plusvalía) no es lujo, es pura supervivencia.

En medio de este mar de trámites, Santiago de Compostela dota al proceso de un carácter casi litúrgico, donde la peregrinación ya no es hacia la tumba del Apóstol sino hacia la ventanilla adecuada. El olor a café de las oficinas y el rumor de los papeles transmiten casi la misma solemnidad que el incienso en la Catedral. Y el mérito, al final del día, no está solo en llegar sino en haber transitado el camino con entereza, sentido del humor y, preferiblemente, sin que el paraguas se invierta por el viento en plena Rúa do Franco.

Hay quien sostiene que enfrentarse al papeleo es una excelente cura de humildad, porque te demuestra que ni todo el mundo tiene claras las directrices, ni los linajes familiares son tan sencillos como parecía en las comidas de domingo, ni las herencias se reparten a partes iguales sin sudor ni lágrimas. De hecho, una parte importante de la herencia es ese aprendizaje que te llevas, de perseverancia, de resignación ante la adversidad y, sobre todo, de ese instinto casi gallego para no perder nunca el humor, ni siquiera cuando el funcionario frunce el ceño ante la falta de un papel cuya existencia desconocías hasta ese instante. Puede que en el fondo lo más valioso no sea lo que acaba en tu cuenta corriente, sino esa nueva habilidad para sobrevivir a la burocracia con una sonrisa y la promesa de no abandonar jamás tu carpeta de documentos, pase lo que pase.