Entre las múltiples formas de acercarse a Santiago, pocas resultan tan singulares y cargadas de simbolismo como la Ruta Marítimo-Fluvial que atraviesa la ría de Arousa hasta el Ulla, emulando la llegada del cuerpo del Apóstol a tierras gallegas. Embarcarse en un barco peregrino Vilagarcía de Arousa es mucho más que una excursión: es una travesía que conecta naturaleza, historia y fe en un solo gesto, devolviendo al peregrino moderno una de las dimensiones más originales y emotivas del Camino.
A bordo, el ritmo cambia. La prisa se diluye con el vaivén de las olas y la mirada se pierde entre las bateas que salpican la ría como archipiélagos flotantes. Cada una es testimonio de una forma de vida que ha modelado durante siglos el carácter marinero de esta tierra. Las gaviotas acompañan el trayecto, los olores salinos impregnan la cubierta y el sonido del agua se mezcla con las conversaciones en voz baja de quienes, al igual que tú, sienten que están viajando no solo en el espacio, sino en el tiempo.
Lo más sobrecogedor, sin embargo, no es solo el paisaje, sino el Vía Crucis fluvial. Catorce cruces de piedra, plantadas a lo largo del río Ulla, marcan este tramo único en todo el mundo. Cada una invita a detenerse y reflexionar, convirtiendo el trayecto en una liturgia íntima que no necesita credos para emocionar. Navegar por este corredor es experimentar una espiritualidad silenciosa, una conexión con algo más grande, ya sea la tradición, la historia, o simplemente uno mismo.
A medida que el barco avanza y se adentra en el interior, los pueblos ribereños aparecen como postales detenidas en el tiempo. Carril, Catoira, Padrón… nombres que resuenan con fuerza en la cultura gallega y en el imaginario del peregrino. Las torres vikingas de Catoira, por ejemplo, recuerdan un pasado de saqueos y defensa, de leyendas y batallas, de la mezcla de culturas que ha tejido el tapiz humano de esta región.
El viaje termina en Pontecesures, desde donde se puede continuar a pie hasta Compostela. Pero lo vivido en el trayecto permanece. No es un desplazamiento más, no es solo llegar: es cómo se llega. Es entender que el Camino es también agua, es también barca, es también marea. Y que esa parte olvidada de la tradición tiene tanto que aportar como cualquier etapa a pie.
El Camino por mar transforma el modo en que se comprende la peregrinación. Acerca a la historia con humildad, invita al silencio y al asombro, recupera una forma pausada y profunda de desplazarse. No hace falta haber recorrido cien kilómetros para sentir que algo ha cambiado por dentro. A veces, basta con dejar que el agua te lleve, con confiar en que cada remo, cada ola, cada curva del río tiene su propio significado.